Los Ángeles, San Diego, San Francisco, son grandes ciudades con una larga historia. Son ciudades mundialmente reconocidas. Tienen muchas cosas en común, como por ejemplo, las tres tienen nombres de santos, las tres están en la costa oeste del país en el estado de California y las tres ciudades tienen el mismo fundador, Fray Junípero Serra. Este mes el papa Francisco va a canonizar al beato Serra y convertirlo en un santo de la Iglesia católica. Es la primera vez que se canoniza un santo en los Estados Unidos. Serra merece ser santo por sus grandes esfuerzos evangelizando y bautizando a personas en el nuevo mundo.
Nacido en Mallorca, España, el joven Junípero ingresó a la congregación de frailes franciscanos en el siglo dieciocho. Terminó sus estudios con un doctorado en filosofía y fue profesor de universidad. Junípero estaba bien establecido y contento con su carrera, pero tenía una inquietud con su fe. Él tenía un deseo muy grande de ser misionero y llevar el evangelio a lugares nuevos con personas distintas. Cuando tenía 35 años de edad decidió hacer el viaje al nuevo mundo. Llegó a la Ciudad de México y trabajó en administración. Su vida cambió totalmente pero su inquietud seguía. Él buscaba más un trabajo de misionero y evangelista.
Cuando él tenía 40 años empezó primeramente a ser misionero en el interior del país de México y después en lo que hoy llamamos Baja California. Cuando cumplió sus 50 años, junto a un grupo de frailes, se fueron a Alta California lo que ahora es el estado de California. Empezó en San Diego y se fue al norte hasta San Francisco fundando misiones que luego se convirtieron en pueblos y grandes ciudades que vemos hoy.
Hay personas que critican mucho la vida del padre Serra por el maltrato a los indígenas. Seguramente existen documentos de ese tiempo sobre las historias de estos acontecimientos. Pero lo que se ve más claro en todos estos documentos es la compasión y el apoyo que el padre Serra les brindaba a los indígenas. El arzobispo de Los Ángeles, José Gómez nos cuenta de una pequeña instancia cuando el mejor amigo del padre Serra fue asesinado por uno de los indígenas. Lo condenaron a la pena de muerte pero Serra intervino por él para que no perdiera la vida. Monseñor Gómez dice que este instante es una de las primeras veces que vimos la enseñanza sobre la pena de muerte en la Iglesia católica.
El padre Junípero Serra merece ser santo por su convicción en el evangelio y el deseo de evangelizar en lugares desconocidos. Cuando él se fue de su país, no sabía qué lo esperaba ni si iba regresar a España. Es como si hoy nos fuéramos a la luna a evangelizar. No sabemos qué nos espera y va la posibilidad de no regresar. ¡Eso es arriesgar todo por el evangelio!
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