Esta es la primera publicación de una serie de artículos que invita a las familias a poner en práctica Amoris Laetitia en su vida familiar en honor al Año de la Familia Amoris Laetitia (2021-2022). Este año especial conmemora el quinto aniversario de la exhortación del papa Francisco, Amoris Laetitia. Esta serie divide Amoris Laetitia en tres publicaciones, y cada una de ellas resume tres capítulos del documento papal de nueve capítulos. Esta publicación explora los capítulos del 1 al 3 de Amoris Laetitia. Para obtener un resumen oficial del documento, haga clic aquí (disponible en inglés).
El documento papal Amoris Laetitia, entre otras cosas, es un estudio muy honesto del variado y, a veces, inestable campo del matrimonio y la vida familiar. Aunque honesto en su apreciación, el documento no deja de tener un tono de esperanza, pues destaca la bendición inherente a cada una de estas vocaciones. Como diácono y hombre casado con seis hijos, y como coordinador de preparación matrimonial con mi hermosa esposa Stacy, conozco y vivo la bendición del matrimonio y la familia. Pero como hijo de divorciados y como hombre cuyo tiempo y paciencia son limitados, también conozco los desafíos.
También sé lo importante que es que la fe forme parte del matrimonio. Realmente puede ser útil e incluso puede salvar el día. La fe también puede ser una forma significativa en la que usted y su cónyuge (y su familia) celebran la bondad y el regalo que es la vida. Después de todo, la fe no es solo un conjunto de creencias. Es un lenguaje. Cuanto más se habla de la fe dentro de los matrimonios y las familias, más significativo se vuelve ese lenguaje y más práctica se vuelve la fe.
Este es un gran misterio: y yo digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia (Efesios, 5:32). El matrimonio, desde la perspectiva de la fe, tiene sus raíces en el don de Dios del hombre y la mujer como complementos mutuos. Los niños también son vistos como bendiciones de Dios. No hay duda de que donde hay vida, solidaridad y unidad, hay un pedacito del cielo. La Iglesia Católica ve el carácter sagrado del matrimonio con tanto aprecio que celebra el matrimonio como uno de los siete sacramentos. Pero con tanta teología y santidad en torno al matrimonio, ¿por qué algunos matrimonios "fracasan"? ¿Por qué es tan alta la tasa de divorcios? ¿La gente simplemente no "se esfuerza lo suficiente"?
El matrimonio, desde la perspectiva de la fe, tiene sus raíces en el don de Dios del hombre y la mujer como complementos mutuos. Los niños también son vistos como bendiciones de Dios.
La verdad es que la Biblia está llena de ejemplos de matrimonios que han salido mal, comenzando con la primera pareja, Adán y Eva. A través del verso poético, el autor del Libro del Génesis muestra a Dios uniendo a los dos:
El Señor Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sueño, y cuando este se durmió, tomó una de sus costillas y cerró con carne el lugar vacío. Luego, con la costilla que había sacado del hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. El hombre exclamó:
“¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!
Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre”.
Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne. Los dos, el hombre y la mujer, estaban desnudos, pero no sentían vergüenza. (Gn 2:21-25)
Esta es una bendita realidad a la que Jesús mismo se refiere cuando se le pregunta sobre la Ley de Moisés que permite el divorcio (Mc 10:1-2).
Sin embargo, un capítulo después, encontramos a la "serpiente" (Satanás) seduciendo a la pareja para que desobedeciera el único mandamiento que Dios les había dado: no comerás del árbol del conocimiento del bien y del mal. (Gen 2:16). Al hacerlo, Adán y Eva estaban llenos del temor de Dios y de vergüenza por lo que hicieron. Se dieron cuenta de su desnudez por primera vez, así como de la ausencia de la unión que alguna vez disfrutaron. En este sentido, el Catecismo de la Iglesia Católica señala que, debido a su pecado, "la unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones; sus relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio" (CIC, 400).
Así que, en efecto, la respuesta a la pregunta anterior, "¿por qué tantos matrimonios 'fracasan'?", es simplemente que hemos heredado la condición deshonrada de nuestros primeros padres, Adán y Eva. Sin embargo, la historia de Adán y Eva no termina con la desobediencia, la vergüenza y la disonancia. Dios promete enmendar la situación proclamando que habrá una persona (una mujer) nacida del linaje de Adán y Eva que se opondrá a la "serpiente" (Satanás) que los sedujo. Y que, a través de ella, Satanás será derrotado (Gen 3:15). Sabemos, ahora, que la "mujer" es María. Y la descendencia que derrotará a Satanás es su hijo, Jesús.
Si bien la historia de la salvación es verdadera, Jesús triunfa sobre el pecado y la muerte, ¿cómo podría influir esta verdad en el matrimonio y la vida familiar? ¿Cómo nos ayuda saber que "Jesús se encarga de esto"?
En primer lugar, saber que Jesús es nuestro Señor no significa poder pagar las facturas, arreglar el fregadero que gotea, conseguir ese trabajo de ensueño, resolver todas las discusiones y los desacuerdos (incluso puede iniciar algunos) o alejarnos de situaciones desafortunadas. Después de una declaración como esta, es posible que se pregunte, entonces, ¿de qué nos sirve la fe?
La fe nos recuerda que existe lo que vemos y lo que no vemos. Si bien podemos estar en un momento o período en el que el matrimonio o la vida familiar no se sientan bendecidos, eso no significa que no lo sean.
Incluso en el caso de divorcio más desafortunado, Dios puede trazar líneas rectas con líneas torcidas. He visto muchas parejas que, por sus respectivas razones, tiraron la toalla y optaron por divorciarse. No los juzgo y no los culpo. El divorcio, en sí mismo, nunca es un remedio.
Si bien, desde una perspectiva de fe, la Iglesia no reconoce el divorcio, sí cree en la práctica de la anulación. La anulación significa que hay suficiente evidencia para sugerir que la pareja no pudo contraer matrimonio válidamente. Es decir, según las exigencias del Sacramento del Matrimonio. Esto podría significar que una o ambas partes no entendieron su compromiso o no fueron capaces de casarse debido a algún "impedimento" preexistente (p. ej., coerción, inestabilidad mental, ignorancia y engaño o fraude, por nombrar algunos).
Pero, volviendo al divorcio, fuera de unos pocos casos extremos que involucran abuso, negligencia, inestabilidad mental, comportamiento criminal (o una combinación de ellos), ninguna familia mejora con el divorcio. He visto que el divorcio funciona como una especie de válvula de liberación de presión, proporcionando la distancia necesaria a las parejas que parecen no poder llevarse bien. Después de experimentar esta distancia y adaptarse a ella, teniendo un contacto menos frecuente, algunas parejas divorciadas pueden apoyarse mutuamente y a sus hijos de maneras más sanas y positivas. Por supuesto, esto no siempre es el caso. Algunos divorcios pueden realmente traumatizar a una familia. Pero incluso para aquellos que logran "hacer que el divorcio funcione", el divorcio no es un remedio. No puede compensar el contacto y la unión que todos los padres e hijos anhelan. El escenario de mamás y papás que crían juntos a una familia no puede ser menospreciado. Y el hecho de que exista el divorcio no debe impedirle considerar el matrimonio como una posibilidad real de compañía para toda la vida.
Una de las mejores cosas que pueden hacer las parejas y las familias es dedicar tiempo a reflexionar sobre las bendiciones que disfrutan. A veces, estas bendiciones son difíciles de ver. Sin embargo, cuando invitamos a Dios a nuestra reflexión, nuestras razones de gratitud se vuelven más claras. Cultivar una actitud de gratitud en el hogar puede ser un bálsamo curativo para los muchos "golpes" a lo largo del camino de la vida.
Ayude a mantener la gratitud en el centro de la vida familiar con la Actividad Mantener la gratitud en el centro de nuestra familia. Esta actividad para familias está relacionada con los tres primeros capítulos del documento papal de nueve capítulos Amoris Laetitia.