El evangelio del tercer domingo del tiempo ordinario, leído el 24 de enero, me dejó pensando. Lucas, en la introducción de su evangelio, le dice a Teófilo, que puede ser cada uno de nosotros, porque Teófilo significa “quien ama a Dios”, la necesidad que siente de escribir lo que ha aprendido, lo que conoce, sobre Jesús. Escribir “cuidadosamente todo lo sucedido desde el principio, escribir en una exposición ordenada” (Lc 1:3). Para que todos sepan que lo que se le ha enseñado es auténtico, real. ¡Qué idea tan maravillosa! Compartir con la posteridad lo que sabe sobre Jesucristo. Esto ha mantenido viva la historia y la vida de Jesús.
Parece que Lucas quiere dejarnos a todos el legado de su testimonio, contar, relatar en orden todo lo que sabe y ha escuchado referente a Jesús. Para que sepamos que, lo que sabemos hoy sobre Jesús es verdad. Y me dejó pensando que la historia no termina con el relato de Lucas de los demás discípulos. Me gustaría creer que también nos invita, no solo a leer su testimonio, sino también a escribir nuestro propio testimonio. Cada uno de nosotros tiene un testimonio que dar. Quizás no sea escrito, pero con nuestras obras, con nuestras palabras, con la forma en que vivimos, podemos comunicar a otros lo que hemos aprendido sobre Jesús.
La historia de Jesús continúa con nosotros. La historia de la salvación no ha terminado, cada uno de nosotros tiene una parte. Jesús sigue viviendo en cada uno de nosotros. Los primeros cristianos compartían esta experiencia con alegría. ¿No le gustaría a usted hacer lo mismo? En estas semanas previas a la Cuaresma, dediquemos unos minutos diariamente a conocer un poquito de Jesús. Escriba estas experiencias en una libreta, revísela en dos semanas para ver cuanto ha aprendido de Jesús. Después atrévase a contarlas.
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