El primer Día de Todos los Santos fue celebrado en mayo del 609 DC y fue decretado por el papa Bonifacio IV. Luego, el papa Gregorio III movió la fecha para el 1 de noviembre. Esta fiesta es celebrada por la mayoría de los cristianos en todo el mundo, aunque no necesariamente el mismo día. Pero la idea es reconocer y honrar a los seguidores de Jesús que han muerto, la Iglesia triunfante, y que ahora gozan de la vida eterna, y recordarnos a nosotros, la Iglesia militante, que somos llamados a la santidad. Vivos y difuntos estamos unidos a Cristo por nuestro bautismo. Nuestro bautismo nos da la esperanza de la vida eterna y nos da la gracia para vivir vidas santas.
Rendimos homenaje a todos los que han sido testigos de la fe en Cristo y nos reunimos a celebrar la Eucaristía para dar gracias por su ejemplo de vida. Recordemos especialmente a los familiares y amigos que han partido pero que nos dejaron sus huellas de santidad y sobre las cuales caminamos hoy. Todos tenemos recuerdos de las oraciones, las devociones o los consejos que nos dieron nuestros abuelos, padres, tíos y amigos que ya no están con nosotros; consejos que hoy nos guían y acompañan en nuestro peregrinaje de fe.
El Día de Todos los Santos también nos invita a reflexionar en nuestra propia santidad. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios y redimidos por Cristo Jesús. Hemos sido creados para ser santos. Debemos tratar de santificarnos con todo lo que hacemos y decimos. Frecuentar los sacramentos nos da la gracia para crecer en santidad. Pidamos a Dios nos de la gracia que necesitamos para vivir vidas santas.
Descargue esta Letanía a todos los santos y junto a sus familares y amigos recuerden a los santos y traten de seguir su ejemplo de vida.
Dulce M. Jiménez Abreu