Ya han pasado cinco semanas del año, estamos en Navidad. Igual que perfume bueno que viene en pote pequeño, la Navidad es un tiempo cortito, pero lleno de buenas cosas. Empezando con las fiestas que celebramos durante este tiempo, entre ellas: el nacimiento del niño Dios, la presentación de Jesús en el Templo, la fiesta de la Epifanía y el bautismo del Señor, que cierra el tiempo. Todas estas fiestas son eventos alegres que nos acerca a Jesús y nos preparan para continuar acompañándolo en su jornada el resto del año.
Este es un buen momento para detenernos y pensar y repasar nuestras resoluciones de nuevo año. Si no hicimos ninguna, ¿estamos aún a tiempo? Por supuesto, creo que es el momento ideal para pensar en que promesas espirituales podemos hacer que nos lleven a vivir más plenamente en el Espíritu.
Durante este tiempo ofrecemos y recibimos regalos. La verdad es que el verdadero, y mejor regalo, es Jesús. El Padre nos envía a su Hijo para que con su luz disipe las nieblas y los miedos que nos rodean y nos llene de gracia, gracia para vivir una vida abundante, en una nueva forma, más cerca de El. Nuestras promesas espirituales pueden ser regalos para los demás. Podemos ofrecerles nuestro amor, nuestra bondad, nuestra amabilidad, nuestra compasión, nuestro gozo, nuestra paz.
Adelante, no tema puede sorprenderse cuanto puede dar.
Dulce M. Jiménez Abreu