El tiempo se nos pasa tan rápido que no nos da tiempo a saborear, disfrutar las cosas. Ya estamos en Adviento. El nuevo año se nos vino encima, sin darnos tiempo a hacer resoluciones o a detenernos a pensar qué es lo que nos gustaría cambiar o qué nuevas cosas queremos emprender. Quizás pusimos algunas decoraciones, por ejemplo una corona para que nos recuerde que iniciamos el año, y con él nos llega nueva vida, nuevas esperanzas, pero algunas veces se quedan ahí, en el querer hacer.
Adviento es un tiempo de muchas actividades que nos llevan de un lugar a otro, que nos aturden, nos abruman, pero que al mismo tiempo nos llenan de energía. Sin darnos cuenta combinamos las actividades religiosas con las seculares. Al final estamos tan cansados que olvidamos lo que verdaderamente celebramos, la espera de la Luz del Mundo.
Todos podemos reflejar esa luz que es Jesús. Todavía tenemos tiempo para detenernos en la carrera y dedicar tiempo a prepararnos y disfrutar en familia de las hermosas celebraciones de Adviento. Todavía podemos ser luz para iluminar a otros, para que otros vean la luz del mundo, Jesús. Vamos a encender luces de amistad, amor, compañerismo, generosidad, compasión, paz...
Cada día podemos detenernos un momento y encender una luz para que alumbre a otro, nuestro padre o madre, nuestro hermano, amigo, vecino, los que sufren en el mundo, la lista se puede alargar.
Actividad en familia. Cada tarde, después de la comida, reúna a la familia y conversen cómo pueden llevar luz a alguien a su alrededor.
Dulce M. Jiménez Abreu