Este 11 de octubre evocaremos la vida y las obras del papa Juan XXIII. No es el día en que nació o murió, es un día inolvidable en el que presidió la apertura del Concilio Vaticano II en 1962. Para muchos, esta fecha es una más en el calendario, pero no la es para la Iglesia o la historia universal.
Ángelo Giuseppe Roncalli (su nombre secular), fue un hombre excepcional, de una inteligencia superior y un corazón de igual tamaño. Desde siempre se le admiraba por su honradez, buen humor, sencillez, coraje y el difícil arte de la diplomacia. Sus experiencias en este campo le prepararon para un papado de solo cinco años, pero suficientes para encauzar la Iglesia hacia el siglo 20 y consecuentemente al siglo 21, sacándola de años de un aislamiento autoimpuesto y obviamente irrelevante. Digo "encauzar" reflejando sus palabras cuando, hablando de la convocatoria para el Concilio dijo: "Hemos sido llamados a poner en marcha, no a concluir"; dejando entrever desde su inicio que la renovación de la Iglesia debía ser constante para evitar que se calcificara de nuevo.
De joven sacerdote vio los estragos de la violencia cuando durante la Primera Guerra Mundial socorrió heridos y dio los sacramentos a muchos en su lecho de muerte. Siendo Delegado Apostólico del Vaticano en Turquía durante la Segunda Guerra Mundial, ayudó al movimiento clandestino judío a salvar miles de refugiados en Europa y liberar detenidos en el campo de concentración Jasenovac. Robusteció, además, las relaciones con líderes políticos de todo el mundo, incluyendo a países comunistas, así como con dirigentes de las Iglesias ortodoxas y protestantes. Las divisiones y querellas entre países, religiones y grupos sociales le motivaron a buscar vínculos de alianza entre estos, basándose en el mensaje de Jesús de que todos somos hermanos a los ojos de Dios. Le inquietaron también las divisiones internas de la Iglesia, causadas por un creciente abismo entre ella y los avances científicos, culturales y tecnológicos. Roncalli sentía que la misión de la Iglesia se perdía en un laberinto legal y arcaico.
Sin duda fueron estas algunas de las experiencias que motivaron a Roncalli, ahora Juan XXIII, a convocar un concilio universal. Su ya famosa frase: "Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y los fieles puedan ver hacia el interior", implicaba la necesidad de respirar aire puro, de despejar el ambiente para centrarnos de nuevo en el mandato del Evangelio. Buscó a los mejores pensadores del momento para que ayudaran a la Iglesia en su misión evangelizadora de buscar caminos de paz y unidad, dentro y fuera de ella. Entre sus obras magistrales están las encíclicas “Madre y Maestra” (sobre la cuestión social y la Doctrina Social Cristiana), y “Pacem in Terris” (Paz en la Tierra), en la que hace una profunda reflexión sobre las condiciones que han de imperar para que haya una verdadera paz en el mundo. Esta última salió a la luz solo varios días antes de su muerte en 1963 y a medio terminar el Concilio.
El 27 de abril próximo, el papa Francisco canonizará a nuestro "Buen Papa" Juan XXIII. Será una fiesta gloriosa para la Iglesia y para la humanidad; una oportunidad de dar gracias a Dios por habernos dado un pastor sencillo y afable, aunque igualmente decidido y claro en lo que Jesús le encomendó a Pedro: "Apacienta mis ovejas." (Juan 21, 15-17)
Rosa Monique Peña, OP