La lectura del evangelio de este fin de semana me hizo recordar dos cosas sobre los domingos en casa con mi familia. Mi hermana siempre hacía el almuerzo del domingo, todavía la hace. Y de adultos íbamos llegando uno por uno a casa, mi hermana se instalaba en la cocina, nunca se quejaba porque es su debilidad el cocinar, los demás nos sentábamos a conversar, a hace historias o a jugar juegos de mesa. Después de comer, mi otra hermana y yo teníamos que recoger la cocina ya que mi hermana dejaba todo regado, y protestábamos ¿por qué tiene que dejar todo regado?
También me hicieron recordar como eran los domingos. No trabajamos, íbamos temprano a la misa, almorzábamos juntos, nos íbamos de paseo por la ciudad, por el parque de diversiones o al cine; de regreso a casa mi papa iba a comprar la cena un restaurante que hacia los mejores chicharrones de pollo del mundo. Así terminaba el domingo, en familia. Verdaderamente cumplíamos con el mandamiento de honrar el Día del Señor.
Hay un parecido en esas comidas dominicales con la historia de María y Martha. Protestábamos pero también descansábamos. Todos somos algunas veces Martha y algunas veces María. Debemos asumir esa dualidad de nuestra vida espiritual y aprender lo mas que podamos de ella. Cuando nos lleguen las preocupaciones podemos sentarnos a los pies del Señor y disfrutar de la mejor parte, escuchando sus consejos y enseñanzas. Cuando la vida se complica es bueno quedarse cerca de El.
El domingo es un buen día para pasarlo en familia y honrar el día del Señor. Podemos tratar de vivir con más intensidad e intención el día del Señor dedicando a la oración, el descanso y la fraternidad en nuestros hogares; sin prácticas de deportes, sin compras en centros comerciales, simplemente en familia.