La semana que viene el país recuerda a Martin Luther King. Martin Luther King luchó por los derechos de los negros oprimidos en los Estados Unidos. Martin Luther King soñaba que llegaría un día en que todos nos trataríamos como hermanos, hijos de Dios. Ese era su sueño y murió por ese sueño.
Cada uno de nosotros llega a estas tierras con un sueño. Algunas veces ese sueño se desvanece, otras veces el sueño cambia. Pero la lucha continúa. Seguimos tratando de alcanzarlo, lograr el sueño, cabalgamos detrás de él. Es bueno soñar, siempre se nos dice que soñar no cuesta nada, pero nuestros sueños deben ser concretos, alcanzables, e incluir un componente especial, la ayuda de Dios.
Nuestros sueños deben ir más allá de soñar en cosas materiales que solo nos dan libertad, seguridad y felicidad temporales. Es importante centrarnos en lo que en realidad vale la pena para no perdernos en el camino. La verdadera libertad, felicidad y prosperidad la encontramos en confiar en Dios y su promesa de vida eterna. En esta promesa debemos soñar aún en los momentos cuando todos los caminos parecen estar cerrados y recordar que: “No hay sabio, mago, adivino o astrólogo que pueda descifrar lo que el rey pide. Pero hay un Dios en el cielo que manifiesta los secretos”. (Daniel 2:27)
Atrévete a soñar tu propio sueño, aduéñate de él, no lo dejes ir, teniendo siempre presente quien te acompaña en el camino. Un sueño nuevo.
- Dulce Jiménez Abreu