Con la celebración del bautismo de Jesús se completa el ciclo de navidad y se inicia un corto tiempo ordinario antes del ciclo cuaresmal. Termina una etapa y empieza otra. La vida es así. Es como pasar capítulos en un libro. Para Jesús su bautismo marca el final de una vida privada dedicada a la carpintería y el inicio de una vida muy pública dedicada a toda la humanidad. Al entrar en el agua del Jordán se despoja de una vida y se entrega a una nueva. El evento lo consagran el Espíritu Santo con su presencia y la voz que le dice: "Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco". De ahora en adelante su vida tomará giros y vueltas inesperadas, sus acciones se tendrán en cuenta y sus palabras se oirán con entusiasmo y desprecio a la vez. Ya nada será igual.
Con nuestro bautismo ocurre lo mismo. Nos despojamos de una vida para recibir otra. Al entrar en el agua del bautismo el Espíritu Santo nos consagra con la misma misión de Jesús, ser signos e instrumentos de unión con Dios y toda la humanidad. Al mismo tiempo nos hace miembros de la Iglesia, comunidad universal constituida para cumplir esta misión en el mundo.
Te preguntarás cómo puede un bebé saber lo que le espera con su bautismo. Esa responsabilidad les pertenece tanto a la familia como a la Iglesia. Poco a poco y con la práctica no solo los niños, nosotros también, vamos aprendiendo nuestra misión cristiana. O sea, la de Jesús. Tus clases de catecismo son también una fuente importantísima en esta tarea. De ti aprenderán tus alumnos a aceptarla cuando con entusiasmo y convicción demuestres en tu persona lo que Cristo nos enseñó. Nunca recibirás mejor regalo que la de aquel estudiante cuando años después te diga: “A usted le debo mi fe”.