Hay épocas del año que tienden a levantar los ánimos o exacerbarlos; a darnos alegrías o recordarnos las penas. La Navidad es una de esas épocas. Si estamos en familia estamos felices, si la familia está lejos o alguien muy querido ya no está nos sentimos deprimidos. De una manera u otra al leer la historia de la Navidad encontraremos en ella consuelo y gozo a la vez. ¡Gracias, Señor!
Este año leeremos sobre el nacimiento de Jesús en el evangelio según San Lucas. En este recuento no tenemos a la Sagrada Familia huyendo de la persecución de Herodes, malpasando en el desierto, dejando su casa en Belén para empezar una nueva vida en Nazaret. Tampoco hay Reyes Magos que les vengan a ofrecer el aliento de regalos y alabanzas. Esta historia la leeremos en el evangelio de San Mateo el año que viene. En Lucas tenemos otros elementos con contrastes similares. José y María tienen que tomar, solos, el arduo camino de Nazaret a Belén para ser contados en el censo, con el consuelo de que al llegar al pueblo los recibe la familia que allí tienen. No los pueden alojar en la habitación de los huéspedes porque ya otros familiares la tienen, así que los acogen en su propia casa, sencilla y pobre pero llena de cariño.
Las casitas campesinas de la época tenían por lo general dos niveles: el piso principal que servía de reunión y dormitorio para la familia, y uno un poco más bajo donde de noche ponían a sus animales para que dieran calor. Al borde del piso principal había unos huecos, o pesebres, que servían para poner el alimento de los animales. Fue en uno de estos que pusieron al bebé Jesús. Mejor lugar no pudo ser, a la vista y cuidado de todos en la casa. A este lugar acudieron los pastores para adorar al niño. De esta bella imagen tendremos luego la de Jesús como el Buen Pastor. El evangelio de Lucas se concentra en los pobres: cariñosos, acogedores, sencillos, mensajeros de la justicia de Dios, como lo cantaba María en el Magníficat. Después del censo, otro arduo camino de regreso a Nazaret.
Nuestra vida es igual, con cambios y contrastes que se presentan inesperadamente. María y José nos dan lecciones de flexibilidad ante las vicisitudes y total confianza en Dios. Cuando en Nochebuena nos reunamos alrededor del árbol y el nacimiento pensemos un poco en todas las cosas buenas y malas que nos han ocurrido este año, y en vez de redundar en aquellas que no fueron las mejores concentrémonos en las que trajeron bendiciones. Hagamos esta una verdadera Navidad, celebrando el amor inmenso de Dios y su cuidado en medio de las dificultades que se presentan a diario.
Hna. Rosa Monique Peña, OP