"Podemos hablar mucho sobre la dignidad humana, pero ¿dónde está?" preguntaba un filósofo. Sí, ¿dónde está? Por las atrocidades que vemos en la televisión y experimentamos a diario de una manera u otra, tal parece que no existe. Es como si la persona es importante únicamente cuando produce, no molesta o se mantiene dentro de los parámetros que le ha impuesto la sociedad---o los extremistas religiosos. San Juan Pablo II decía que no hay dignidad cuando se elimina la dimensión humana de la persona; lo cual significa que sin humanidad no hay dignidad, y sin dignidad estamos reducidos a ser "cosas", simplemente objetos, de los cuales se pueden disponer al antojo.
Que distinto a lo que nos recuerda el Génesis, que Dios nos hizo a imagen y semejanza suya. Piensa por un momento en esto, pues son tantas las veces que oímos este pasaje que ya no nos detenemos a reflexionar en ello. Su significado es infinitamente profundo: Dios está tan unido a nosotros y nosotros a Dios, que ya somos prácticamente dos caras de una misma moneda. Thomas Merton, dice que en el centro de nuestro ser hay un punto en el cual es pura verdad y pertenece solo a Dios... y desde donde Dios orienta nuestra vida. Es como un diamante destellando luz divina. Este centro se encuentra en todo ser humano, y si lo pudiéramos ver veríamos billones de luces apuntando a un centro brillante como un sol que con su luz puede disipar toda oscuridad y maldad. Este centro es Dios en nosotros.
¿Recuerdan cuando Felipe le pidió a Jesús, "Señor, muéstranos al Padre"?, a lo que Jesús le responde, "Llevo tanto tiempo con ustedes, ¿y aún no me conoces, Felipe? El que me ve a mí, ve al Padre... Es el Padre, que vive en mí, el que está realizando su obra". (Jn 14,8-10) ESTE es el centro del que habla Merton. Es Dios quien vive en nosotros y quien puede realizar cosas maravillosas---si le dejamos. Cuando nos detenemos frente a una persona y nos decimos "aquí también está Dios a pesar de todos sus defectos", es casi imposible hacerle daño. Como dice el dicho: "Cuando cambiamos la forma de ver a las personas, las personas que vemos cambian".
Ahora podemos comprender por qué la Iglesia defiende al ser humano, sea quien sea: al feto, al anciano, al inmigrante, a la mujer, a los enfermos, a los niños, aún al enemigo, pues todos, y a pesar de nosotros mismos, hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.
Descargue esta hermosa Oración de San Francisco y compártala con sus seres queridos, tanto en el hogar, la parroquia o la escuela.
Rosa Monique Peña, OP
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