Parece mentira que estamos en el umbral del otoño. Aunque las temperaturas no han bajado, ya los árboles empiezan a madurar sus hojas, los días se acortan y las aves empiezan a emigrar. Todo empieza a cambiar, y pronto los colores llenarán las montañas que lentamente se desvestirán. El otoño es una estación de cambios sutiles y lentos, como si el año estuviera recogiendo, cosechando el producto de lo que ha ido sembrando. Nos invita a detenernos para disfrutarlo.
Muchas veces decimos que una persona está en el otoño de su vida cuando empieza a envejecer. No hay duda de que hay cierta similitud entre ambos acontecimientos. A lo largo de la vida, una persona llega a lo que llamamos madurez. Esta madurez puede ser física y también espiritual.
Con el paso del tiempo, nuestra vida espiritual se va fortaleciendo, va madurando, en un lento pero continuo proceso que no se detiene. Al igual que el otoño va cambiando y cambiándonos. Todo lo que hemos estado practicando, aprendiendo, reflexionando sobre nuestra fe se suma para ir transformando, formando, moldeando nuestra vida espiritual. Año tras año el otoño nos invita a reflexionar en los cambios de vida en la naturaleza. También nosotros deberíamos detenernos y relacionar los cambios en nuestra vida espiritual.
Aprovechemos este otoño para mirar nuestros propios cambios y crecimiento espiritual. Les invito a tomar un momento durante la semana, para pasear y mirar a su alrededor y ver qué cambios el otoño ha estado llevando a cabo en su medio ambiente. Pregúntese, ¿qué cambios han estado sucediendo en mi vida espiritual? ¡Aprovéchelos!
Dulce M. Jiménez Abreu