El primer lunes de septiembre, Estados Unidos y Canadá celebran el Día del Trabajo, en honor al esfuerzo humano de producir bienes y servicios por una paga. Se honra a quien trabaja y se aboga por que todo trabajador tenga un trabajo digno y una paga justa. Todo esto está muy bien, pero hay otra dimensión del trabajo de la que me gustaría conversar.
Dios nos ha dotado de talentos para ponerlos al servicio de los demás laborando en la viña del Señor. En el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia leemos que el trabajo “representa una dimensión fundamental de la existencia humana no solo como participación en la obra de creación, sino también de la redención”. [263] Los resultados de la labor no se basan en la paga sino en el servicio que ofrecemos, con amor a Dios y al prójimo. Con nuestro trabajo continuamos cooperando con el desarrollo de la creación de Dios y el trabajo de redención de Jesús.
La última recomendación de Jesús fue llevar su mensaje a todo el mundo. Jesús nos invita a continuar su labor en el pueblo de Dios. Todos somos llamados a trabajar para el Señor en su viña. Este trabajo de redención debemos llevarlo a cabo conscientemente, haciendo nuestras tareas cotidianas con dedicación, responsabilidad, alegría, predicando con nuestro ejemplo.
El papa Francisco no cesa de invitarnos a ir a encontrarnos con los hermanos, a buscarlos, no esperar que vengan a nosotros, no contemplarlos desde el balcón, sino ir a su encuentro como el padre en la parábola del hijo pródigo. Él ha insistido mucho en la importancia de nuestra participación y nos invita a actuar. No importa si tenemos mucho o poco, sino poner lo que tenemos al servicio de los demás, la recompensa será satisfactoria.
Dulce M. Jiménez Abreu