Isabel Flores de Oliva nació en Lima, Perú, en 1586 dentro de una familia muy unida y religiosa. Una de las empleadas le puso Rosa por su belleza física y espiritual, luego ella misma escogió el nombre Rosa de Santa María.
Los libros antiguos sobre la vida de los santos se concentraban por lo general en los elementos extraños y fuera de lo común de estas personas, razón por la cual a muchos de nosotros nos cuesta imitarles pensando que no tenemos los mismos dones que ellos. De Rosa sabíamos que le gustaba bordar, la música, la contemplación y la mortificación extrema, o sea, se acentuaba su misticismo. Si bien Rosa fue una mujer de extraordinaria espiritualidad, ahora sabemos también que fue de una extraordinaria sensibilidad por el dolor ajeno. Estando su familia en Quives, donde su papá estuvo encargado de una operación de minería, pudo observar las miserables condiciones de esclavitud a las que estaban sometidos los indígenas. No solo eso, se percató también de la evidente discriminación contra los negros, los mestizos, las mujeres, los pobres y toda persona ajena a la clase pudiente.
Rosa estudió las obras de Santa Catalina de Siena y de Santa Teresa de Jesús y decidió hacer algo que estas santas demostraron: no quedarse callada y denunciar los maltratos a personas indefensas. Abrió la primera clínica del continente encargada de atender tanto a indígenas, negros y blancos, dando así ejemplo de lo que pudiéramos llamar "la prédica en acción". Su biografía incluye que aprendió a preparar medicina usando hierbas naturales.
Quiso ingresar al convento pero decidió no hacerlo al comprobar que también allí se discriminaba; en vez, al igual que Santa Catalina, ingresó a la Orden Dominica como seglar comprometida para estar libre de hacer por otros lo que muchos religiosos no hacían. Al final de su corta vida (murió a los 31 años de edad) hizo diligencias para abrir un convento con mujeres de diferentes razas y posición social, y ofrecerles la formación religiosa y académica prohibida a la mujer de su época. Murió sin llegar a ver su sueño realizado.
Santa Rosa de Lima es un modelo para los jóvenes que buscan colaborar con la misión de Jesús ahora, dentro de nuestras situaciones presentes. Ella es ejemplo de la valentía que inspira el evangelio: la oración, el sacrificio, la búsqueda de la verdad, y la persistente voluntad de ayudar a los necesitados.
Rosa Monique Peña, OP