En 1999, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la resolución de declarar el 12 de agosto Día Internacional de la Juventud. En todo el orbe, a nivel nacional e internacional se llevan a cabo actividades para celebrar la contribución de los jóvenes en los diferentes medios donde se desenvuelven.
Aproximadamente 17.6% de la población mundial está compuesta por jóvenes de 15 a 24 años de edad. Estos jóvenes, algunos sonrientes, alegres y vibrantes de energía caminan sin preocupación por las calles. Con frecuencia ni siquiera reparamos en ellos, y muchas veces hasta nos molesta su relajado comportamiento. Se nos olvida que una vez estuvimos en ese lugar. Hay también jóvenes que no gozan de la dicha de poder sonreír, pasan hambre, no van a la escuela, sufren violencia y abusos. Otros a muy corta edad tienen que someterse a trabajos que demandan más fuerza y energía de la que ellos pueden ofrecer. Pero todos ellos componen una enorme fuerza sin la cual nuestro mundo no podría sobrevivir.
¿Por qué se ha dedicado un día para recordar a los jóvenes del mundo? Es una manera de reconocer la presencia, la labor y el papel que juega ese sector de la población en la vida de la humanidad, no solo en el presente sino también en el futuro de nuestras sociedades. Es importante, ya que ellos son el sostén de la economía, forman el grueso de la población laboral del mundo. Es justo entonces que los celebremos y les dejemos saber que reconocemos y apreciamos su trabajo y dedicación.
También nuestros jóvenes son los que pasarán nuestra fe a futuras generaciones. Nuestros jóvenes son nuestro gran tesoro. Sí, son un gran tesoro, porque de nuestros jóvenes depende el futuro de nuestra Iglesia Católica en los Estados Unidos. Ellos son los que se van a encargar de formar futuros seguidores de Cristo. Debemos cuidar de ellos, ofrecerles nuestro apoyo, acompañarlos en su caminar en la fe.
Esta semana haga un esfuerzo para llegar a un joven en su familia o vecindario. Sonríale, mírelo a los ojos, entable una conversación, puede que gane un amigo.
Dulce M. Jimenez Abreu