Aunque oír y escuchar aparecen como sinónimos. Oír y escuchar son dos cosas diferentes. Podemos oír muchas cosas a la vez. Pero, para escuchar tenemos que estar atentos a una sola de las cosas que estamos escuchando y poner todas nuestras facultades al servicio del oído. Escuchar no es tan fácil. Para escuchar hay que estar en silencio, olvidarnos de todo lo demás.
Escuchar nos enseña a apreciar, a conversar, a contemplar, a ver más allá de lo ordinario. También nos enseña a aprender más de nosotros mismos, de los demás, de lo que hay a nuestro alrededor y sobre todo nos enseña a acercarnos más a Dios. Escuchar es una escuela que nos disciplina, nos enseña a salir de nosotros mismos para poner más atención a cosas que oímos.
El escuchar los sonidos de la naturaleza, por ejemplo, nos transporta a un mundo diferente. El murmullo de las hojas de los árboles movidas por la brisa, el trinar de las aves, la música de una corriente de agua, nos enseñan y nos hablan de Dios. Y Dios nos habla a través de ellos. Pasar por alto estos momentos es, quizás, perder la oportunidad de escuchar la respuesta de Dios a nuestras oraciones.
Al dialogar con otros, debemos tener presente que el otro nos está comunicando sus sentimientos, escuchemos para ver cuáles son las necesidades y preocupaciones reales que se esconden detrás de las palabras. Solo así podemos lograr una comunicación sincera y profunda que nos permita compenetrarnos con el amigo y ofrecerle el apoyo necesario, o compartir la alegría que nos quiere comunicar.
Cuando nos disponemos a escuchar, el Espíritu Santo está dispuesto a hablar.
Activity: El verano es un tiempo hermoso para caminar. Vaya a un parque botánico y siéntese en una banca, escuche los sonidos a su alrededor.
Dulce M. Jiménez Abreu