La fiesta de Pentecostés es una de las fiestas más importantes que celebramos después de la Pascua. Tenemos que tener muy presente, que el Espíritu Santo estuvo en el nacimiento de la Iglesia y que, además, siempre estará presente entre nosotros, inspirando nuestras vidas, renovando nuestro interior e impulsándonos a ser testigos en nuestro mundo.
Si recuerdan la historia que está en Hechos de los Apóstoles (2:1) el Espíritu Santo llega a los apóstoles en forma de unas lenguas de fuego. Estas lenguas representan los dones que Dios nos da por medio del Espíritu Santo. Estos dones que poseemos son para ser utilizados para construir el reino de Dios. Con estos dones nosotros nos ponemos a trabajar dentro de nuestras parroquias para mejorar nuestra comunidad. Tenemos que tener la gracia de Dios para poder reconocer y agradecer que tenemos estos dones. Muchas veces estamos tan ocupados y preocupados por las cosas materiales de este mundo que no nos damos cuenta de que tenemos tan bonitos dones. El domingo de Pentecostés es un buen día para recordar que tenemos estos dones y que tenemos que ponerlos al servicio de nuestra comunidad.
Bien dicen los versos de 1 Corintios 12, que los dones del Espíritu Santo nos brindan la unidad del cuerpo de Cristo. A veces parece ser que nuestros dones son muy diferentes y que no se puede trabajar con tanta diversidad de dones y habilidades, pero estos versos nos recuerdan que hay diversas maneras de servir por un mismo Señor. En mi trabajo con catequistas muchas veces veo personas que no se creen capacitados para catequizar. Yo les recuerdo que si ya están laborando como catequistas es que el Señor los llamó y tienen vocación. La vocación de ser catequista es un don del Espíritu Santo. Cuando Dios nos llama a ser catequistas, Él sabe que nosotros tenemos suficientes dones y capacidad para ejercer ese papel. Es bueno que nosotros estemos disponibles y abiertos al Espíritu para que nos guíe en esta vocación.
Hay que tomar tiempo este Pentecostés para reflexionar en nuestra vocación y cómo podemos utilizar nuestros dones para mejorar nuestra comunidad. Al mismo tiempo cómo podemos ayudar a otros a discernir sus dones y vocación. Esa es nuestra función como catequistas– ayudar al prójimo a descubrir sus dones y vocación.
“Todos fuimos bautizados por un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo — seamos judíos o gentiles, esclavos o libres— y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Cor. 13).