Al final de la Cuaresma estamos preparados, listos, para celebrar el Triduo Pascual. Para mí, el Triduo es el tiempo litúrgico más intenso, pienso que quizás es muy corto. Salimos de esta experiencia llenos de gracias, como si estuviéramos flotando en el aire, borrachos de alegría. Dispuestos a disfrutar de esa nueva vida, llena de amor, que nos ofrece Jesús en la Resurrección. ¡Cómo quisiéramos que esto durara para siempre! Pero, tenemos que ser realistas. Estamos viviendo en el mundo y las cosas del mundo nos distraen. ¿Qué podemos hacer para mantener el espíritu del Triduo vivo en nosotros durante todo el año?
La Iglesia celebra la Divina Misericordia el domingo después de la Resurrección del Señor. Y qué apropiado. Misericordia es sinónimo de piedad, perdón. Es fruto del amor y fuente de esperanza, es como sellar la promesa de vida eterna. Sí, el Triduo nos lleva de la muerte a la vida, la fiesta de la Divina Misericordia nos da la seguridad de que podemos vivir por siempre esa nueva vida. La celebración de la Divina Misericordia es como para recordarnos que tenemos un Padre amoroso que se conduele de nosotros, que nos acepta y que nos encuentra en el lugar donde estamos, aun cuando estemos distraídos. Entonces podemos vivir el Triduo todos los días, podemos disfrutar el vivir la nueva vida cada día.
Las gracias extraordinarias de la misericordia del amor de Dios nos inspiran a confiar. La misericordia de Dios es infinita, no tiene límites, dice Juan Pablo II. Aun en medio de la vorágine de nuestro mundo, tenemos la certeza de que podemos confiar en la misericordia de Dios que nos ofrece el amor necesario para seguir viviendo la nueva vida en Cristo y la certeza de que podemos cantar aleluya todo el año.